miércoles, 28 de febrero de 2018

COSTA TICA; PÓRTICO DEL EDEN. VISITA A CENTROAMERICA 5.- QUEPOS-MANUEL ANTONIO




COSTA TICA; PÓRTICO DEL EDEN.
VISITA A CENTROAMERICA
5.-
QUEPOS-MANUEL ANTONIO
Mi interés en conocer Centroamérica y en especial Costa Rica,  hace que me pase unas horas charlando con David y Beatriz, a fin de establecer más o menos un sistema de visitas, a los cientos de lugares de los que he oído hablar y que  parecen ser todos ellos de una belleza sobrenatural.
Pregunto  por la estación del tren y mis anfitriones me dicen que solo hay dos líneas de tren, que hacen desde San José,  la capital dos rutas, una hasta Alajuela y otra en sentido contrario, hasta Cartago, con un recorrido aproximado de 40 kilómetros en cada sentido, que la frecuencia es de dos trenes al día, que la lentitud es pasmosa y que el estado de los trenes y vías es más que lamentable, que es raro el dia que no hay un accidente, ya que los coches n o respetan al tren, y este los arrolla, así que no me queda más remedio que decantarme por los autobuses.
Tomamos los folletos que me había conseguido el poli y decidimos (decidieron) que lo mejor era empezar por la costa pacífica y; realizar los recorridos en sentido de las agujas del  reloj, marcando como primer lugar de visita la playa de Dominical, un sitio  plagado de surferos bohemios, algún que otro perro-flauta, y mucho mochilero, especie con la que me siento especialmente identificado.
Como buen mochilero, meto lo imprescindible para pasar una semana recorriendo poblaciones de noroeste de  Costa Rica  y a las 5 de la mañana ya estoy subido a un bus, que  me llevará hasta Dominical; un trayecto de 35 kilómetros para el que se emplea casi hora y media. El bus tose, renquea, los asientos son  mínimos, el aire acondicionado no existe y el viento entra por las ventanas abiertas abofeteándote con su calidez en el rostro.
Las calles de Dominical son de tierra, los tenderetes de vendedores copan todo el borde de la playa,  las tablas de surf  brillan sobre las impresionantes olas del Pacífico, el calor a pesar de ser las 7 de la mañana es agobiante y más con una mochila de 8 kilos colgada a la espalda.
Con todo y eso, me extasía  el mirar al Pacifico, es la primera vez que lo veo, su majestuosidad aplana, incluso intimida, las olas rompen violentamente contra la arena de la playa saturada de ramas de palmera y de enormes troncos arrastrados por las corrientes. No está excesivamente limpia, supongo que,  porque aún no es temporada alta de turismo; luego me entero que siempre es temporada alta en esta zona y que  por muchas palmeras que se retiren la siguiente tormenta vuelve a sembrar las arenas de ramas troncos y cocos en descomposición.
Tras un paseo a lo largo de la playa, desayuno un “Gallopinto” con un café chorreado y compro una botella de agua. No es nada barato el chiringuito, pero es lo que hay.
La población no pasa de ser un pequeño pueblo que no creo que llegue a los mil habitantes, extendido a lo largo de la playa, carece de interés arquitectónico, las casas son todas bajas de madera y chapa galvanizada, muchos tenderetes de regalos, mucha música a toda pastilla en los chiringuitos y poco más que contar.
Me siento en una terracita bajo el entramado de cañas y pido una cerveza, me quedo medio dormido y cuando recupero el resuello decido que Dominical está amortizado así que  pregunto al camarero por el horario de buses a  Quepós y me dice que no hay horario fijo pero que suele pasar cada hora, más o menos

No hay comentarios:

Publicar un comentario