jueves, 18 de enero de 2018

APARCAMIENTO DE DINOSAURIOS


Esas cosas que pasan,  ayer tomando algo con unos amigos, que conocí en la Mancha, concretamente en Alcázar de san Juan, hace unos 40 años y con los que me sigue uniendo una gran amistad,  me comentaron que un amigo común, Don Emiliano,  estaba muy mayor; y había perdido la movilidad y la cabeza, así que le habían recluido en una residencia de ancianos; aunque los domingos y festivos se” sacaban” a comer.
Hombre de bien este Don Emiliano,  maestro de los de toda la vida, alto fuerte, culto, educado, en fin un dechado de virtudes.
A pesar de ser unos 20 años mayor que yo teníamos una estrecha amistad, el desde su  pensamiento conservador y yo desde mi lado izquierdoso.
Pero bueno, la historia es que al bueno de Don Emiliano le metieron en una residencia, porque ya no se vale, ya no se entera, ya no es útil, en definitiva, es una carga del día a día.
Él como millones de personas,  cuando dejan de ser útiles, cuando ya no pueden ayudar en casa, cuando ya no pueden ejercer de niñeras, se les aparca en las residencias a la espera de que un día  más o menos lejano decidan traspasar el umbral y pasarse al otro lado.
¡Qué bueno era, que buen padre, que buen esposo, que maravilloso abuelo!,  Pero lo cierto es que los últimos  años de su vida a las personas mayores se les va  aparcando  en ese parking de dinosaurios, que ya no sirven para nada y que  solo salen de allí un día a la semana, para que los hijos vean que maravillosos somos sacando al abuelo a comer con nosotros, a sentarlo a nuestra mesa, y a lavar nuestras conciencias cargadas de hipocresía.
Visitar uno de estos centros da grima, da pena, da  dolor de estómago, ver cómo se van consumiendo  esas vidas sin esperanza ninguna, sin amor, sin más afecto que el que de manera más o menos mecánica, les brindan los cuidadores que de alguna manera, se convierten en sus hijos postizos.
Lo tengo muy claro, lo tengo por escrito n un testamento vital, yo no quiero ir a un centro de estos, no quiero ir a un desguace apartado, no quiero mantenerme  vivo sin saber que estoy vivo, no quiero ir a comer un día a la semana con mis  familiares, no quiero que me quiten mi cervecita diaria,  mi café negro ni mi libertad de movimientos, no quiero que me impidan   marcharme voluntariamente cuando yo lo decida, no quiero sentarme  al borde de una cama solitaria y olvidada esperando que la “parca” se digne llevarme con ella y librarme de esta cárcel  en la que estaré encerrado por el único delito de haberme  convertido en una carga social, o por no valerme por mí mismo. No quiero ser un vegetal, al que se riega sin darme ni siquiera  cuenta de que me están regando.
Quiero que en su momento, cuando no pueda valerme por mi mismo, o cuando me pase algo peor,  que mis  neuronas no sean capaces de  mantener el recuerdo y me  empiece a consumir en el patio del olvido, alguien se encargue de proporcionarme los “cuidados paliativos”, o como se quiera llamar, para evitarme esa lenta agonía que no  va a conducir a nada.
Debiera preguntarse a todas las personas mayores, si desean seguir siendo objetos olvidados en edificios apartados, o si por otra parte desearían coger su maleta vital y cruzar al sitio del que nunca se regresa, y evidentemente respetar su voluntad. Entiendo que haya quien quiere mantenerse en situaciones límites, pero también se de muchas personas que piensan como yo y que  tiene derecho a que se tenga en cuenta su voluntad.




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