martes, 3 de octubre de 2017

Anécdotas de un madero
Introducción.



Después de 40 y pico años, trabajando para la administración, concretamente para  a Policía, en sus diversas denominaciones (Policía Armada, Policía Nacional, Cuerpo Nacional de policía)  y; de haber vestido de gris primero con gorra de plato  roja, después un marrón  feo, con boina tipo paracaidista del mismo color y terminar con el azul pitufo,  y gorra de baseball.
El anecdotario es enorme, pero también el olvido es tremendo.
Empecé a trabajar para esta empresa  oficialmente el día 1 de Enero de 1974, con 21 años, y siete días, por lo que fuí el gris  más joven de la Policía española durante un periodo de un año, ya que la edad mínima para ingresar era haber cumplido los 21 antes del  31 de diciembre de 1973.
Con el tiempo justo ascendí a Cabo y después a Cabo primero, siendo en estos tres grados el más joven de España por el periodo como decía de un año, ahí me estanqué, en parte por comodidad, en parte por mi afición a las movidas sindicales prohibidas  hasta el año 1983 en que se legalizan los sindicatos policiales en contra del criterio de los mandos militares de la época.
Ingresé  en la Academia Especial de Policía Armada, ubicada en el actual centro policía de Canillas,  para mi formación policial, un centro paramilitar de un cuerpo paramilitar, donde los mandos eran militares y, al  policía ingresado directamente en el cuerpo, solo se le permitía llegar a Comandante y esos eran los menos, así que los mandos superiores, la mayoría de los comandantes, tenientes coroneles, coroneles y generales eran miembros del Ejercito de Tierra.
Evidentemente todo estaba destinado a la formación de agentes al servicio del sistema que imperaba en España, bajo la batuta del Generalísimo Franco, que el hombre ya en esa época estaba para pocos trotes, pero que seguía causando miedo y respeto a toda la sociedad española; no había más que  ver  como se celebraba por toda la ciudadanía el día 1 de abril, día de a Victoria en todo el territorio nacional sin excepciones.
En teoría, en los manuales de aprendizaje y formación se trataba de formar policías para mantener el orden y proteger al ciudadano, pero la realidad era que se formaban agentes para mantener el régimen y reprimir a los contestatarios, a los disidentes y a los que pretendían obtener mejoras salariales, laborales, académicas y libertades públicas.
Tres meses de durísima academia, donde el  mando era el mando, había que saludar en todo momento y lugar, había que estar más pendiente de la llegada de un mando que de la propia labor formativa o académica. Una cosa parecida a lo que nos cuentan las pelis de West Point: ¡Señor sí  señor!!
Todo estaba basado en el Código de Justicia militar  vigente en la época franquista, todo era delito, todo era prisión militar, todo era pena de muerte o cadena perpetua, así que el policía en lugar de estar en un centro de formación parecía haber entrado en una prisión militar tipo Mahón.
Los arrestos era constantes, por lo más simple, lo más absurdo, como haber junto a tú una colilla en el suelo: arresto, si no era tuya, deberías haberla recogido y tirado a un cenicero. Por llevar las botas sucias, 10 minutos después de haber estado corriendo por los embarrados campos de la academia. Por tener desordenada la taquilla, por llevar la barba sin rasurar completamente... Así hasta  la saciedad.
Ahora bien, una vez terminadas las clases podías beber y beber sin problemas, podías fumar, podías hacer lo que fuera en las horas de asueto, pero nunca quitarte la gorra en descubierto o llevar las botas sucias, eso te costaba al menos, un fin de  semana de arresto. Eso te  dejaba sin salir  15 días de aquel  espacio claustrofóbico en el que además tenías que pasar una media de 6 horas en las salas de estudio, vigilado de cerca por algún  mando intermedio que estaba haciendo curso de ascenso y que también había sido arrestado. El  zorro puesto a cuidar de las gallinas.
Mi servicio militar me parecía un juego de niños en materia de disciplina, comparado con la rigidez en temas absurdos que imperaba en esta escuela.
A pesar de todo, el profesorado trataba de inculcar los conocimientos necesarios para ser un buen policía en  la calle, el día que jurases el cargo; y evidentemente en esos cometidos, estaba hacer callar a la masa  discordante con la doctrina oficial, desde luego.
Algunos de ellos con un poco más de sentido democrático, intentaban hacernos ver que  quien realmente nos pagaba y al servicio de quien teníamos que estar era al servicio de ciudadano y no a servicio de las autoridades. Este profesorado no estaba demasiado bien visto por el resto.
Bueno, y como introducción ya creo que es suficiente, un poco para que la ciudadanía sepa en qué condiciones se formaba un agente de Policía Armada y los encajes de bolillos que ha tenido que hacer para adaptarse al sistema de libertades  pasaré a contaros algunas de la anécdotas si no más graciosas si aquellas de las que me acuerdo con más nitidez, sin  el menor asomo de distorsionarlas  las  cuento como las cuento, solo os pido que tengáis en consideración, de que empezamos hablando de los tiempos del  régimen de Franco y que terminados  sucesos ya ocurrieron  con  la democracia ya consolidada.
Solo una cosa os puedo asegurar, ahora la Policía Española tiene una formación extraordinaria, es una policía democrática, empática y solidaria, sacrificada y muy profesional, muy comprometida con el pueblo al que sirve, y,  está a nivel internacional, considerada una de las  mejores del mundo, en cuanto a formación y aptitudes en el trabajo,  la pena es que sus salarios son de miseria y sus medios  y equipamientos dejan mucho que desear. Si estuvieran bien dotados de medios y su salario les motivase un poquito más, tendríamos sin duda la mejor  policía del mundo con diferencia (os lo dice alguien que ya no trabaja para la Policía)
En los comienzos los salarios eran de vergüenza, como referencia os diré que en Ediciones Anaya, tenía un salario de 8.500 pesetas de las del 1973, e ingresé en  la Policía Armada cobrando  5.600, así que evidentemente no me fui por el  maravilloso salario, sino por pura vocación policial.
Con esos sueldos, el sistema te permitía viajar gratis en los metros, en los trenes de cercanías, en los autobuses y demás medios de transporte siempre que fueras de uniforme, teníamos economatos que  vendían un poco por debajo de los precios de mercado y que servían para que los grandes gestores de los mismos, que eran nuestros propios mandos  paramilitares, tuvieran un sobresueldo más que  interesante, aunque todo era “bajo cuerda”.
En algunas unidades había habitaciones-residencia para los solteros, que pagaban también una mísera cuota por la habitación, si bien ellos mismos tenían que limpiarla, poner sus propias sabanas y todo lo demás;  pero lo más interesante eran los bares –comedores, donde la comida era sana, abundante y barata y el alcohol ni os cuento. Aun así  también generaba unos importantes beneficios que nunca supe dónde iban a parar, bueno  sí, a los bolsillos de los de siempre.
Como veréis el Policía Armado tenía que ingeniárselas para poder dar de comer a sus hijos, pagar la hipoteca del pisito en Móstoles  o Fuenlabrada y  salir adelante, con más pena que gloria. Eran tiempos épicos para los grises dependientes  (y adictos al régimen.
En la mayoría de los casos los servicios se prestaban de 24 horas seguidas en  las comisarías, si bien eran 12 horas de servicio activo y las otras 12 de descanso en la comisaria haciéndose turnos de 6 horas descanso, seis trabajo, seis descanso 6 trabajo.
En las horas libre unos estudiaban, otros leían la marca, otros jugaban cartas,  otros haciendo deporte y otros mataban  el tiempo tomando copas en el omnipresente bar de la comisaria.
Los dormitorios eran  comunes, con literas tipo acuartelamiento donde se descansaba media noche y después,  como en los pisos patera, el que terminaba jornada a las 3 de la mañana se hacia la cama con sus propias sabanas traídas de casa y dormía  en  cama caliente hasta el relevo, salvo emergencia  porque entonces no habría descanso.
Cada policía, a primerísima hora de la mañana salía de su casa con el uniforme puesto (para no pagar el bus o el metro) con su gorrita de plato en la cabeza y su cartera de ejecutivo de eskay en la que todo el mundo pensaba que  llevábamos documentos, cuando en realidad llevabas el periódico, o un libro de lectura, pero indefectiblemente se llevaba la fiambrera o el bocadillo y las sabanas para la media noche que te tocaba dormir, y una pequeña navaja para pelar la fruta.

A la llegada a la unidad a eso de las 8,00 se pasaba revista de pelo, barba, uniforme, calzado…y si todo estaba bien, la mitad de los efectivos se iban  a relevar a otra unidad que estaba prestando servicio bien en la calle bien, en instalaciones policiales, oficiales o  penitenciarias; y la otra mitad permanecía en el  acuartelamiento, bien haciendo instrucción, gimnasia o lo que se le pusiera al  jefe en  la entrepierna ese  día.

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