martes, 27 de junio de 2017

  La casa  de Beatriz
 A pesar de que he llegado al borde de la extenuación a casa de Beatriz; a las 4.30 de la mañana un enjambre de aves bien sincronizadas despliegan sus  dotes interpretativas y organizan una sinfonía, excelentemente orquestada dentro de una anarquía, algo parecido a un concierto de jazz donde cada uno va de por libre pero que acaba siendo agradable al oído.
Escucho unos instantes a ver si hay actividad dentro de la casa, pero no se mueve ni un alma, ellos viven aquí cada día y los trinos, graznidos y cantos no les impiden permanecer en brazos de Morfeo, así que me levanto, husmeo por la casa y lo primero que me encuentro es una legión de insectos tamaño escarabajo pelotero deambulando por la casa, unos muertos y otros vivos, pero agonizantes bajo las tremendas mandíbulas de las hormigas, auténticas  carroñeras de todo animal que haya entrado en la vivienda.
Encuentro un cepillo y amontono  fuera de la casa unos cincuenta bichos lo que hace que las hormigas varíen sus pasos y se vayan al comedero nuevo.
En la cocina encuentro una cafetera con  café  frio y doy gracias a los dioses, saco unos hielos de la nevera y me sirvo un tanque de café helado. Salgo descalzo a la calle, allí no hay patio, allí  es casa y selva, montones de hectáreas sin  solución de continuidad forman el  jardín de la casa.
Pasos más allá hay una mesa con una piña de plátanos muy maduros y un grupo de pájaros del tamaño de un tordo, “viudas” y Sargentos”, se están dando un festín.
Tengo hambre, así que me acerco y les  arrebato un par de piezas de fruta aun no tocada por ellos y me retiro de su espacio a fin de dejar que desayunen con tranquilidad. Veo que en las inmediaciones todo está plagado de árboles frutales, entre ellos unas 10 plantas de plátanos que a buen seguro cobren de sobra las necesidades de la familia y dan de sí para que los pájaros se den un atracón.
Recién llegado como estoy decido dar  satisfacción a mi curiosidad y me pongo a recorrer los alrededores de la casa,  canon en mano para no perderme detalle. Previamente me calzo,  recuerdo que hay serpientes, alacranes, arañas, y otros bichillos que me pueden amargar el día.
Dos horas después, con la retina llena de visiones estupendas, con el calor ya  asfixiándome y solo son las 8 de la mañana regreso a la casa y vuelo en busca de un nuevo café.
En el salón está el pequeño  Isaac, (Chaco)  el hijo de Beatriz, un delicioso crio de cinco años que   mira en el televisor una serie de dibujos animados; es el único que se ha despertado a estas horas. Es domingo y no hay necesidad de madrugar.
Me saluda con un: buenos días don Luis, ¿cómo está  usted? Y sigue con sus dibujos.
Yo le respondo, me siento en el suelo a su lado y  me quedo mirando  al oso  de la tele unos instantes, me preparo ese nuevo café con hiele y me tiento en el exterior a escuchar la llamada de la  naturaleza.
Yostin  sala de su dormitorio y me saluda con una educación  exquisita, se trata de un joven de unos 24 años,  es una especie de hijo adoptivo de Beatriz. Cuando me ve con el vaso en la mano no puede reprimir  la curiosidad y me pregunta que estoy tomando.
Le explico que café con hielo,  y lanza una especie de exclamación de estupor.
¿Café con  hielo?, eso debe saber a rayos, ahora le hago un café caliente.
Le digo que no, que lo quiero frio, helado y bueno el hombre mueve la cabeza como diciendo…  estás como un cencerro.
Cuando el resto de la familia se levanta lo primero que les cuenta es el hecho de que tomo el café  frio, creo que piensa que quien toma café  frio no es de fiar.
Le digo que el café que sobra del desayuno o de la merienda no lo tiren, algo que hacen habitualmente, sino que me lo dejen y yo lo pongo en una botella en la nevera  y así tengo café frio todo el día.
Vuelven a mirarme como bicho raro pero creo que piensan que no soy un peligro y  me dicen que sí que me lo guardarán.
Beatriz se arregla y me pide que la acompañe a  San Isidro del General, que está a 5  kilómetros de su casa a hacer unas gestiones y unas compras, así que llamamos un taxi, ya que no hay coche en la casa y nos vamos de compras.
Ese fin de semana hay una concentración de motos de Centroamérica y nos vamos a verla, allí conozco a un buen puñado de gente maja del mundo de la moto, algunos de ellos compañeros de trabajo de Beatriz.
Muerto de calor regreso a la casa y después de otra pasada por agua fría, a comer lo típico de Costa rica (Casado)
 Aquí se desayuna “Gallopinto” que es arroz, frijoles negros y un huevo frito
Se almuerza “Casado” que es arroz, frijoles y algo de carne o pescado
Y se cena arroz con frijoles y lo que le quieras añadir
El arroz y los frijoles son como Dios, están en todas partes y a todas horas.
Un buen trozo de papaya de postre, un café  frio y una tarde de tertulia explicando a toda la familia  cada detalle de mi vida en España.
Está Don Gerardo, Yostin ,David, Beatriz y Chaco, hay esa especie de sensación de predicador rodeado de sus discípulos.
 Las preguntas se suceden y me  comprometo en su momento, a hacerles alguno de los platos más típicos de aquí, la tortilla de patatas y la paella; cosa que le hace mucha ilusión.

La noche llega  rápidamente, las 6 de la tarde y el sol se pierde entre la arboleda  con dirección a la costa del pacífico, supongo que con la intención de darse un chapuzón en sus cálidas aguas.

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