miércoles, 14 de marzo de 2018



COSTA TICA; PÓRTICO DEL EDEN.
VISITA A CENTROAMERICA
Puntarenas.


Aquí la carretera se revira un poco más, no consigo primera fila pero sí segunda, lo que me permite seguir oteando el horizonte y entablar conversación con mi vecino de asiento, tipo más menos de mi edad, más bien bajito, rechoncho,  con un vaquero  raído y una camiseta, más que descolorida del club deportivo Alajuela.
Lleva una mochila y un machete de considerables dimensiones, calculo que andará por los  70-80 centímetros, me dice que va a desbrozar un campo  que tiene a unos 10 kilómetros, para que el pasto pueda  crecer.
Es un tico más, un tico orgulloso de su tierra, de su familia y de su trabajo. – “Pura vida  mae”,  esto  es el paraíso, aquí se vive muy bien, somos el país más feliz del mundo.
Pregunta por mi país de origen y cuando le digo que de España, la respuesta es la de todos – ¡ooh,  de la madre patria! -.
Hay un amor  y una admiración no disimulado a todo lo español. Incluso a los ciudadanos españoles nos ven como seres que estamos a un nivel superior, su siguiente pregunta, (como todos) de que equipo de futbol soy y solo dan dos opciones, Barcelona o Real Madrid; así que cuando les dices que eres del Atlético de Madrid, como que no les interesa mucho; y aprovechan para decirte, que en el Madrid juega su paisano Keylor Navas.
Se apea en  un pueblo llamado Agujitas, me da la mano con fuerza, sacudiendo la mía y me  advierte que unos kilómetros más arriba se encuentra Tárcoles, un rio en el que hay más de una veintena de cocodrilos de gran tamaño que se ven desde el puente, que ese puente siempre está  atestado de turistas y que  el bus para unos segundos para que la gente los vea. Me abotargo en mi asiento trato de dormitar un poco, quedan más de 20 minutos hasta el rio.
Cuando he conseguido conciliar el sueño con el run run del motor, un frenazo me despierta y casi me saca de mi asiento, miro hacia adelante y veo una larga cola de coches detenidos y tres coches de policía con sus destellantes encendidos, claro que aquí los coches de la policía llevan siempre sus luces encendidas.
Imagino que se trata de un control policial, pero veo que los agentes están charlando distendidamente, sin prestar atención a los  vehículos.
Avanzamos a paso de tortuga y quedamos parados durante unos segundos sobre un puente de más de 10 metros de altura, desde donde se ven perfectamente los cocodrilos sesteando en las orillas del rio o sumergidos bajo el agua cristalina y escasa en esta época del año.
A través de la ventanilla abierta del bus consigo sacar unas fotos no demasiado buenas, pero que me sirven como documento gráfico.  Luego seguimos la marcha con normalidad.
Llegamos a Puntarenas, costa pacífica, población más que turística, con un centenar largo de tenderetes plagados de regalos; la verdad es que no veo gente  en los puestos, no entiendo  cómo pueden sobrevivir tantísimos puestos con tan pocos turistas.
 Me adentro en el pueblo, como un Gallopinto con su correspondiente cerveza con hielo sentado a la sombra de la pequeña terraza que tiene  la “soda”.
De regreso a la zona de  playa veo venir a lo lejos, avanzando lentamente un enorme  crucero que tarda más de una hora en atracar en un larguísimo muelle de madera que se puebla de centenares de personas que va vomitando el transatlántico.
En pocos minutos, los puestos se llenan de compradores potenciales y  las colas en los bares se  multiplican.
Ahora entiendo la profusión de puestos.
Una chica que vende pulseras y elementos de coral me dice que semanalmente llega un crucero al menos a estos lugares.
Ante tanta marabunta humana, decido retirarme a la zona más interior del pueblo y  trasegar una nueva cerveza con hielo.


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