domingo, 5 de marzo de 2017

Un segundo domingo en Pérez Zeledón,  un amanecer claro y cuasi perfecto como los  otro amaneceres vividos en este país. La mañana huele a calor a un día tórrido que nos espera.
Ayer me fui al Mirador del Valle del General, un sitio con bonitas vistas, un tirolinas y con más  cosillas preparadas para el turista, pero yo ya no tengo el cuerpo para jotas así que no me tiré por ninguno de esos artilugios endiablados y me limité a hacer unas cuantas fotos  y a  sentarme en el mirador con u café con hielo, que aquí cuando lo pides  te miran con un gesto casi de  odio por maltratar su extraordinario café mezclándolo con hielo.
Antes me había arriesgado a bajar un sendero,  cosa de un kilómetro, pero al regreso  parecía derretirme por aquellas rampas imposibles de trepar.
Tarde relajada,  Un par de cervezas en compañía de Beatriz  y de su colega de universidad en  un sitio precioso, desde el que a más de 100 metros más abajo  un río serpenteante y e humo denso de la quema de una plantación de caña de azúcar.
Regreso a casa,  negociaciones fallidas con  el hombre que quería venderme un “carro” y de nuevo a solidaridad de  esta familia, pillando su ordenador y poniéndose el bueno de David a buscarme un vehículo que me lleve por estos escarpados paisajes sin tener que depender de los buses de MUSOC, unas máquinas de más de 15 años que trazan solas las cerradas curvas de la carretera intercontinental americana,  sin pisar ni siquiera la línea continua, a pesar de ser una vía de u solo carril en casa sentido extremadamente estrecha  y desprovista de arcén
Esta mañana la dedicaremos a ver esos 4 o cinco autos que  seleccionamos ayer, todos ellos con muchos años pero en apariencia con  correa suficiente para hacer 20.000 kilómetros sin despeinarse.

Quiero desearme suerte en la gestión  y a ver si mañana en la mañana y en presencia de un abogado me hago el  flamante titular de un  TT con mayoría de edad.

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