sábado, 3 de marzo de 2018

COSTA TICA; PÓRTICO DEL EDEN.
VISITA A CENTROAMERICA
Quepós
 Así que  me voy a la parada de buses, para tomar otro hasta  Quepós, una población algo más grande con puerto de mar y hospedajes a mejores precios. La ruta es por el borde de la costa, siguiendo la carretera  nacional que cruza el país de norte a sur, “la costanera” lo que hace que no haya prácticamente curvas ni rampas, así que la velocidad debe ser aceptable aunque el trasto es una copia exacta del anterior, que me trajo hasta Dominical.
En media hora estoy subido a otro jamelgo achatarrado, sentado junto al chofer en el primer asiento.
El hombre  me dice que no puedo ir en ese asiento, que su un “adulto mayor” y ese asiento no puedo usarlo.
Le pregunto qué  significa ser un “adulto mayor” y me dice que un jubilado, le digo que no soy jubilado  y que me deje ir ahí para hacer fotos y ver el paisaje  y finalmente acepta, así que otros  45 kilómetros en primera fila con vistas excepcionales
Llego sobre las 15 horas  a Quepós y el sol es tremendamente cruel, me derrite el cerebro a pesar del sombrero y después de una cerveza bien fría, la omnipresente “Imperial” pregunto dónde encontrar un sitio para hospedarme y que no me cueste un ojo de la cara.
Me indican unas cabinas (habitaciones) regentadas por un hombre de unos 70 años, y hacia allí me dirijo, una vez  vista, la encuentro sencilla pero limpia, se convierte en mi casa por unos días al módico precio de 25 dólares una la noche, tiene ventilador de techo, otro adicional en el suelo y ducha, cama con sabanas limpias y dos diminutas toallas.
Las tan comentadas brutales temperaturas de esta zona han generado en mi una  adicción a las duchas “frías”,  así que  me meto baj9o el agua hasta que noto que mi temperatura corporal baja hasta límites permisibles, me cambio de ropa y me dispongo a dar un paseo la cuidad, ya sin la chepa mochilera, recorro las escasas calles, bordeo la zona de la pequeña ría,  mas cerveza, me siento a comer  en uno de los restaurantes del mercado, lo habitual, un casado (arroz frijoles y algo de carne)  otra cerveza y como mi cuerpo ya no resiste, me vuelvo a la cueva a dormir una siesta hasta la puesta del sol, que emerjo de nuevo a una ciudad con menos luz, pero  igual abrasadora.
No hay demasiado que ver, el puerto está cerrado, solo acceden los camiones que cargan mercaderías y su entorno está sumamente sucio y descuidado, paseo por el malecón, tratando de encontrar una brisa, que  parece ser que se ha esfumado antes de mi llegada y solo percibo el cálido y húmedo aliento del Pacífico.
Unas cuantas fotos a los pájaros y  lagartijas que merodean en busca de insectos y me siento a ver, cómo el sol desaparece entre una bruma rojiza en el horizonte, un sol enorme, rojo como la sangre, un sol que me recuerda aquel que veía cada tarde, desaparecer entre las colinas de Kinshasa, en la República “Democrática” del Congo.
Grupos de jovencitos de no más de 18 años pasean con calma pasmosa por el malecón, se  toman de la mano y se sientan al borde a ver el atardecer, algún tímido beso en la mejilla ya seguir mirando esos atardeceres que nunca son iguales y que siempre son maravillosos espectáculos naturales que la retina humana mantiene para siempre; el sol se esconde sin quitar su mirada de la espuma  plateada que generan las olas.
Tomo un sorbo de agua que está más que caliente, pero al menos humedece la garganta y aguanto hasta que la noche empieza a aparecer, cubriendo todo, con su manto de oscuridad, momento en que busco un bar donde cenar algo para irme a descansar, son muchas horas de calor, al que no estoy habituado y mis energías se resienten.
 Ya sé que soy reiterativo con el calor, puede que cansino, peor es que estas temperaturas no las soporto.
Tras la cena me voy  a mi cabina y me propongo hacer planes para el día siguiente. Lo más recomendable y recomendado es conocer el parque nacional de Manuel Antonio, una reserva nacional, de la muchas que hay, en las que los folletos te dicen que hay cientos de animales exóticos, a los que puedes fotografiar, sin usar flash y que no debes molestarles bajo ningún concepto, ya que son animales en estado salvaje y pueden estresarse.
La publicidad enumera a algunos de ellos, monos aulladores, tortugas, serpientes, arañas gigantes, ranas verdes y amarillas, mariposas, zopilotes, alcatraces, gaviotas, águilas, armadillos, perezosos.….
La oferta es seductora y al día siguiente dejo en el hostal casi todo menos el agua, la cámara de fotos, la pasta, el pasaporte y el repelente de mosquitos y vuelvo a tomar un bus para ir al parque. La entrada para los locales ( nativos) es un dólar, para los turistas 16 dólares.  Pago y empiezo a caminar por caminos de tierra, protegido por las inmensas ramas de los árboles de las de 25 metros de altura.
Un grupo guiado va delante de mí y, yo remoloneo, a fin de poner el oído y enterarme de las indicaciones del guía. Explica donde teóricamente deberían estas los monos aulladores, a los que se oye gritar en la lejanía y los perezosos, pero nadie consigue verlos, así que les aclara que con estos calores están en el interior de la selva dormitando.
Después de más de dos kilómetros de caminata, donde he entablado conversación con una muchachita israelí, pero que habla español con acento mexicano, llegamos a un punto de la playa, donde poder bañarnos y descansar en unos bancos,  escasos a todas luces, con arreglo al número de personas que estamos en el parque, así que la chica y yo nos vamos  más lejos y nos tumbamos bajo un árbol de mango, que tiene una frondosa copa y que proporciona una sombra relativamente agradable.
Fotos y más fotos, y regreso al punto de encuentro donde los turistas, en su mayoría yanquis, se retratan con los monos aulladores, que ya no son salvajes, sino que se ponen en los hombros de los turistas para comerse un cacahuete, mientras son fotografiados; entre tanto, las iguanas enormes o pequeñas, reptan por la arena y roban trocitos de comida a los turistas que almuerzan sobre la arena; hasta los zopilotes, esos omnipresentes buitres de pequeño tamaño, que invaden cada rincón del país, se acercan descaradamente dando saltitos para pillar algo de alimento. Este no es el concepto que tengo yo de la vida salvaje.
Tras un sándwich, acompañado de la turista israelita (ella es coser, o como se diga) y solo come determinadas cosas, nos vamos juntos a visitar las cataratas, que al parecer son preciosas.
Hora y media de caminata cruel bajo un sol de justicia, ramas, raíces, polvo, y el sonsonete enloquecedor de las chicharras, de las que hay miles pero todas ellas invisibles, conseguimos ver dos lagartijas y algo que podría ser un faisán, llegamos a las cataratas.
Desilusión. No tenían ni una sola gota de agua, aquello era un secarral donde ni siquiera podías lavarte las manos, o refrescarte el rostro. Con un cabreo más que considerable regresamos a  la entrada y  manifestamos nuestro malestar al controlador de la entrada, por esa caminata absurda; que se encogió de hombros, esbozó una sonrisa y nos dijo
La  cascada seca también es bien bonita, “mae”.
Tomamos el bus de regreso y quedamos en enviarnos las fotos, que nos hicimos uno al otro, promesa que hasta el momento ninguno de los dos ha cumplido espero hacerlo un año de estos.
Dos cervezas  congeladas en una jarra inmensa repleta de hielo (toman la cerveza con hielo) un bocadillo de fiambre y a descansar en espera de un próximo día.
Mañana toca  Jaco
Me duermo mientras la tele ronronea las noticias donde dice que han muerto dos motoristas y que el puente de la Platina se pondrá en servicio en unos días.




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