COSTA
TICA; PÓRTICO DEL EDEN.
VISITA
A CENTROAMERICA
Puntarenas.
Aquí
la carretera se revira un poco más, no consigo primera fila pero sí segunda, lo
que me permite seguir oteando el horizonte y entablar conversación con mi
vecino de asiento, tipo más menos de mi edad, más bien bajito, rechoncho, con un vaquero raído y una camiseta, más que descolorida del
club deportivo Alajuela.
Lleva
una mochila y un machete de considerables dimensiones, calculo que andará por
los 70-80 centímetros, me dice que va a
desbrozar un campo que tiene a unos 10 kilómetros,
para que el pasto pueda crecer.
Es
un tico más, un tico orgulloso de su tierra, de su familia y de su trabajo. – “Pura
vida mae”, esto
es el paraíso, aquí se vive muy bien, somos el país más feliz del mundo.
Pregunta
por mi país de origen y cuando le digo que de España, la respuesta es la de
todos – ¡ooh, de la madre patria! -.
Hay
un amor y una admiración no disimulado a
todo lo español. Incluso a los ciudadanos españoles nos ven como seres que
estamos a un nivel superior, su siguiente pregunta, (como todos) de que equipo
de futbol soy y solo dan dos opciones, Barcelona o Real Madrid; así que cuando
les dices que eres del Atlético de Madrid, como que no les interesa mucho; y
aprovechan para decirte, que en el Madrid juega su paisano Keylor Navas.
Se
apea en un pueblo llamado Agujitas, me
da la mano con fuerza, sacudiendo la mía y me
advierte que unos kilómetros más arriba se encuentra Tárcoles, un rio en
el que hay más de una veintena de cocodrilos de gran tamaño que se ven desde el
puente, que ese puente siempre está
atestado de turistas y que el bus
para unos segundos para que la gente los vea. Me abotargo en mi asiento trato
de dormitar un poco, quedan más de 20 minutos hasta el rio.
Cuando
he conseguido conciliar el sueño con el run run del motor, un frenazo me
despierta y casi me saca de mi asiento, miro hacia adelante y veo una larga
cola de coches detenidos y tres coches de policía con sus destellantes
encendidos, claro que aquí los coches de la policía llevan siempre sus luces
encendidas.
Imagino
que se trata de un control policial, pero veo que los agentes están charlando
distendidamente, sin prestar atención a los
vehículos.
Avanzamos
a paso de tortuga y quedamos parados durante unos segundos sobre un puente de
más de 10 metros de altura, desde donde se ven perfectamente los cocodrilos
sesteando en las orillas del rio o sumergidos bajo el agua cristalina y escasa
en esta época del año.
A
través de la ventanilla abierta del bus consigo sacar unas fotos no demasiado
buenas, pero que me sirven como documento gráfico. Luego seguimos la marcha con normalidad.
Llegamos
a Puntarenas, costa pacífica, población más que turística, con un centenar
largo de tenderetes plagados de regalos; la verdad es que no veo gente en los puestos, no entiendo cómo pueden sobrevivir tantísimos puestos con
tan pocos turistas.
Me adentro en el pueblo, como un Gallopinto con
su correspondiente cerveza con hielo sentado a la sombra de la pequeña terraza
que tiene la “soda”.
De
regreso a la zona de playa veo venir a
lo lejos, avanzando lentamente un enorme
crucero que tarda más de una hora en atracar en un larguísimo muelle de
madera que se puebla de centenares de personas que va vomitando el transatlántico.
En
pocos minutos, los puestos se llenan de compradores potenciales y las colas en los bares se multiplican.
Ahora
entiendo la profusión de puestos.
Una
chica que vende pulseras y elementos de coral me dice que semanalmente llega un
crucero al menos a estos lugares.
Ante
tanta marabunta humana, decido retirarme a la zona más interior del pueblo
y trasegar una nueva cerveza con hielo.
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