La
casa de Beatriz
A pesar de que he llegado al borde de la extenuación
a casa de Beatriz; a las 4.30 de la mañana un enjambre de aves bien
sincronizadas despliegan sus dotes
interpretativas y organizan una sinfonía, excelentemente orquestada dentro de
una anarquía, algo parecido a un concierto de jazz donde cada uno va de por
libre pero que acaba siendo agradable al oído.
Escucho unos instantes
a ver si hay actividad dentro de la casa, pero no se mueve ni un alma, ellos
viven aquí cada día y los trinos, graznidos y cantos no les impiden permanecer
en brazos de Morfeo, así que me levanto, husmeo por la casa y lo primero que me
encuentro es una legión de insectos tamaño escarabajo pelotero deambulando por
la casa, unos muertos y otros vivos, pero agonizantes bajo las tremendas mandíbulas
de las hormigas, auténticas carroñeras
de todo animal que haya entrado en la vivienda.
Encuentro un cepillo y
amontono fuera de la casa unos cincuenta
bichos lo que hace que las hormigas varíen sus pasos y se vayan al comedero
nuevo.
En la cocina encuentro
una cafetera con café frio y doy gracias a los dioses, saco unos
hielos de la nevera y me sirvo un tanque de café helado. Salgo descalzo a la
calle, allí no hay patio, allí es casa y
selva, montones de hectáreas sin solución
de continuidad forman el jardín de la
casa.
Pasos más allá hay una
mesa con una piña de plátanos muy maduros y un grupo de pájaros del tamaño de
un tordo, “viudas” y Sargentos”, se están dando un festín.
Tengo hambre, así que
me acerco y les arrebato un par de
piezas de fruta aun no tocada por ellos y me retiro de su espacio a fin de
dejar que desayunen con tranquilidad. Veo que en las inmediaciones todo está
plagado de árboles frutales, entre ellos unas 10 plantas de plátanos que a buen
seguro cobren de sobra las necesidades de la familia y dan de sí para que los pájaros
se den un atracón.
Recién llegado como estoy
decido dar satisfacción a mi curiosidad
y me pongo a recorrer los alrededores de la casa, canon en mano para no perderme detalle.
Previamente me calzo, recuerdo que hay
serpientes, alacranes, arañas, y otros bichillos que me pueden amargar el día.
Dos horas después, con
la retina llena de visiones estupendas, con el calor ya asfixiándome y solo son las 8 de la mañana
regreso a la casa y vuelo en busca de un nuevo café.
En el salón está el
pequeño Isaac, (Chaco) el hijo de Beatriz, un delicioso crio de
cinco años que mira en el televisor una
serie de dibujos animados; es el único que se ha despertado a estas horas. Es
domingo y no hay necesidad de madrugar.
Me saluda con un:
buenos días don Luis, ¿cómo está usted? Y
sigue con sus dibujos.
Yo le respondo, me
siento en el suelo a su lado y me quedo
mirando al oso de la tele unos instantes, me preparo ese
nuevo café con hiele y me tiento en el exterior a escuchar la llamada de
la naturaleza.
Yostin sala de su dormitorio y me saluda con una educación
exquisita, se trata de un joven de unos
24 años, es una especie de hijo adoptivo
de Beatriz. Cuando me ve con el vaso en la mano no puede reprimir la curiosidad y me pregunta que estoy tomando.
Le explico que café con
hielo, y lanza una especie de exclamación
de estupor.
¿Café con hielo?, eso debe saber a rayos, ahora le hago
un café caliente.
Le digo que no, que lo
quiero frio, helado y bueno el hombre mueve la cabeza como diciendo… estás como un cencerro.
Cuando el resto de la
familia se levanta lo primero que les cuenta es el hecho de que tomo el
café frio, creo que piensa que quien
toma café frio no es de fiar.
Le digo que el café que
sobra del desayuno o de la merienda no lo tiren, algo que hacen habitualmente,
sino que me lo dejen y yo lo pongo en una botella en la nevera y así tengo café frio todo el día.
Vuelven a mirarme como
bicho raro pero creo que piensan que no soy un peligro y me dicen que sí que me lo guardarán.
Beatriz se arregla y me
pide que la acompañe a San Isidro del General, que está
a 5 kilómetros de su casa a hacer unas
gestiones y unas compras, así que llamamos un taxi, ya que no hay coche en la
casa y nos vamos de compras.
Ese fin de semana hay
una concentración de motos de Centroamérica y nos vamos a verla, allí conozco a
un buen puñado de gente maja del mundo de la moto, algunos de ellos compañeros
de trabajo de Beatriz.
Muerto de calor regreso
a la casa y después de otra pasada por agua fría, a comer lo típico de Costa
rica (Casado)
Aquí se desayuna “Gallopinto” que es arroz,
frijoles negros y un huevo frito
Se almuerza “Casado”
que es arroz, frijoles y algo de carne o pescado
Y se cena arroz con
frijoles y lo que le quieras añadir
El arroz y los frijoles
son como Dios, están en todas partes y a todas horas.
Un buen trozo de papaya
de postre, un café frio y una tarde de
tertulia explicando a toda la familia
cada detalle de mi vida en España.
Está Don Gerardo,
Yostin ,David, Beatriz y Chaco, hay esa especie de sensación de predicador
rodeado de sus discípulos.
Las preguntas se suceden y me comprometo en su momento, a hacerles alguno
de los platos más típicos de aquí, la tortilla de patatas y la paella; cosa que
le hace mucha ilusión.
La noche llega rápidamente, las 6 de la tarde y el sol se
pierde entre la arboleda con dirección a
la costa del pacífico, supongo que con la intención de darse un chapuzón en sus
cálidas aguas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario