VIOLENCIA DE GÉNERO
Perros sarnosos, gentuza,
cobardes, escoria humana, basura, hienas, bestias pestilentes desechos sociales,
seres infectos, viles asesinos….
Podría seguir escribiendo calificativos,
que no insultos, durante medio folio y nunca serían suficientes para etiquetar a esa lacra, que cada día se extiende más y más
en nuestra sociedad, dejando muerte y desolación tras de sí; con familias
rotas, con huérfanos desconsolados, con abrazos de impotencia entre las
víctimas colaterales y gestos de incredulidad entre los vecinos.
Cada pocos días aparece, abriendo
los telediarios la noticia del maltratador, con o sin orden de alejamiento, que
en un acto de cobardía absoluta y de rencor infinito, acaba con la vida de
alguna mujer en nuestro país, por el mero hecho de haber terminado una relación
sentimental con ella.
Cuanto mayor es el daño, mas regocijo
y satisfacción interna causa en el maltratador, ese verdugo que experimenta una
tremenda ola de placer, cuando acaba con la vida de la otra persona, a la que
teóricamente amaba, tan grande que en ocasiones, acaba con su propia vida después
de su deleznable acción, ha satisfecho su deseo de sangre, ya sembrado el dolor
tal como tenia previsto; y ahora se inmola ante la cobardía de tener que
afrontar sus responsabilidades ante la justicia. Justicia que por otra parte se
está demostrando inútil, ineficaz, sin capacidad para frenar a esta manada de
asesinos, que están en estado latente en nuestra sociedad
Unas porque denuncian, otras porque
no lo hacen, pero en la mayoría de los casos, es de dominio público que el maltrato
existía con anterioridad a la luctuosa actuación del maltratador, del que todo
el barrio sabía de su afición a soltar la mano y no precisamente para acariciar.
Las campañas se demuestran poco
eficaces, y como siempre la base para evitar determinados comportamientos está
en la educación, una educación que tiene que ser impartida desde los primeros días
de parvulario, incluso antes, desde que el bebé sale del vientre de la madre, enseñándole
a respetar, ano agredir, a tolerar y a reconocer que nada es para siempre y que
cada persona tiene la absoluta libertad para tomar sus propias decisiones, en
cuanto a su manera de vivir, en tanto no
perjudique a los demás.
Sigue vigente l creencia de que por el mero hecho de
invitar a copas, comprar regalos o pagar
viajes, se ha comprado una propiedad, se ha adquirido una esclava a la que se “quiere
locamente” y sin la que no es posible vivir; pero nada más lejos de la
realidad, no se adquiere nada con regalos, se adquiere con gestos, con
detalles, con cariño y entrega, con consenso y tolerancia, con generosidad a la
hora de terminar una relación, que por el motivo que sea se ha venido abajo.
Una vida de pareja es un contrato
basado en las premisas anteriores y no tiene fecha de finalización, cada uno lo
da por finiquitado cuando lo considera oportuno o cuando encuentra uno mejor; y que yo sepa nadie mata o abofetea a su socio cuando este rescinde
el contrato societario, por falta de confianza, por haber encontrado mejor socio, o por cualquier otro motivo.
La brutalidad de estos seres que
van de “ machotes” no deja de ser inseguridad, cobardía, miedo al ridículo, reafirmación
de una masculinidad mal entendida, nadada en una educación equivocada, recibida
en casa, en la escuela y en la sociedad a lo largo de generaciones.
Educación, educación y más
educación.
Medidas cautelares eficaces,
pulseras telemáticas, órdenes de alejamiento más severas, más controles
policiales, mejores valoraciones de riesgos, más dureza a la hora de falsas
denuncias, para evitar dar pie a los que
usan ese dato para justificar algunos fallos, información pública de medidas restrictivas, para que cualquier ciudadano,
pueda dar la voz de alerta a la policías de la zona.
Menos silencios cómplices y cobardes, salvarían mas de una vida, metetelo en la cabeza.
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