Anécdotas de un
madero
Introducción.
Después de 40 y pico años,
trabajando para la administración, concretamente para a Policía, en sus diversas denominaciones (Policía
Armada, Policía Nacional, Cuerpo Nacional de policía) y; de haber vestido de gris primero con gorra
de plato roja, después un marrón feo, con boina tipo paracaidista del mismo
color y terminar con el azul pitufo, y
gorra de baseball.
El anecdotario es
enorme, pero también el olvido es tremendo.
Empecé a trabajar para
esta empresa oficialmente el día 1 de
Enero de 1974, con 21 años, y siete días, por lo que fuí el gris más joven de la Policía española durante un
periodo de un año, ya que la edad mínima para ingresar era haber cumplido los
21 antes del 31 de diciembre de 1973.
Con el tiempo justo
ascendí a Cabo y después a Cabo primero, siendo en estos tres grados el más
joven de España por el periodo como decía de un año, ahí me estanqué, en parte
por comodidad, en parte por mi afición a las movidas sindicales prohibidas hasta el año 1983 en que se legalizan los
sindicatos policiales en contra del criterio de los mandos militares de la
época.
Ingresé en la Academia Especial de Policía Armada,
ubicada en el actual centro policía de Canillas, para mi formación policial, un centro
paramilitar de un cuerpo paramilitar, donde los mandos eran militares y, al policía ingresado directamente en el cuerpo,
solo se le permitía llegar a Comandante y esos eran los menos, así que los
mandos superiores, la mayoría de los comandantes, tenientes coroneles,
coroneles y generales eran miembros del Ejercito de Tierra.
Evidentemente todo
estaba destinado a la formación de agentes al servicio del sistema que imperaba
en España, bajo la batuta del Generalísimo Franco, que el hombre ya en esa
época estaba para pocos trotes, pero que seguía causando miedo y respeto a toda
la sociedad española; no había más que
ver como se celebraba por toda la
ciudadanía el día 1 de abril, día de a Victoria en todo el territorio nacional
sin excepciones.
En teoría, en los manuales
de aprendizaje y formación se trataba de formar policías para mantener el orden
y proteger al ciudadano, pero la realidad era que se formaban agentes para
mantener el régimen y reprimir a los contestatarios, a los disidentes y a los
que pretendían obtener mejoras salariales, laborales, académicas y libertades
públicas.
Tres meses de durísima
academia, donde el mando era el mando,
había que saludar en todo momento y lugar, había que estar más pendiente de la
llegada de un mando que de la propia labor formativa o académica. Una cosa
parecida a lo que nos cuentan las pelis de West Point: ¡Señor sí señor!!
Todo estaba basado en
el Código de Justicia militar vigente en
la época franquista, todo era delito, todo era prisión militar, todo era pena de
muerte o cadena perpetua, así que el policía en lugar de estar en un centro de
formación parecía haber entrado en una prisión militar tipo Mahón.
Los arrestos era constantes,
por lo más simple, lo más absurdo, como haber junto a tú una colilla en el
suelo: arresto, si no era tuya, deberías haberla recogido y tirado a un
cenicero. Por llevar las botas sucias, 10 minutos después de haber estado
corriendo por los embarrados campos de la academia. Por tener desordenada la
taquilla, por llevar la barba sin rasurar completamente... Así hasta la saciedad.
Ahora bien, una vez
terminadas las clases podías beber y beber sin problemas, podías fumar, podías
hacer lo que fuera en las horas de asueto, pero nunca quitarte la gorra en
descubierto o llevar las botas sucias, eso te costaba al menos, un fin de semana de arresto. Eso te dejaba sin salir 15 días de aquel espacio claustrofóbico en el que además tenías
que pasar una media de 6 horas en las salas de estudio, vigilado de cerca por
algún mando intermedio que estaba
haciendo curso de ascenso y que también había sido arrestado. El zorro puesto a cuidar de las gallinas.
Mi servicio militar me
parecía un juego de niños en materia de disciplina, comparado con la rigidez en
temas absurdos que imperaba en esta escuela.
A pesar de todo, el
profesorado trataba de inculcar los conocimientos necesarios para ser un buen
policía en la calle, el día que jurases
el cargo; y evidentemente en esos cometidos, estaba hacer callar a la masa discordante con la doctrina oficial, desde luego.
Algunos de ellos con un
poco más de sentido democrático, intentaban hacernos ver que quien realmente nos pagaba y al servicio de
quien teníamos que estar era al servicio de ciudadano y no a servicio de las autoridades.
Este profesorado no estaba demasiado bien visto por el resto.
Bueno, y como
introducción ya creo que es suficiente, un poco para que la ciudadanía sepa en qué
condiciones se formaba un agente de Policía Armada y los encajes de bolillos
que ha tenido que hacer para adaptarse al sistema de libertades pasaré a contaros algunas de la anécdotas si
no más graciosas si aquellas de las que me acuerdo con más nitidez, sin el menor asomo de distorsionarlas las
cuento como las cuento, solo os pido que tengáis en consideración, de
que empezamos hablando de los tiempos del
régimen de Franco y que terminados sucesos ya ocurrieron con la
democracia ya consolidada.
Solo una cosa os puedo
asegurar, ahora la Policía Española tiene una formación extraordinaria, es una
policía democrática, empática y solidaria, sacrificada y muy profesional, muy
comprometida con el pueblo al que sirve, y,
está a nivel internacional, considerada una de las mejores del mundo, en cuanto a formación y
aptitudes en el trabajo, la pena es que
sus salarios son de miseria y sus medios
y equipamientos dejan mucho que desear. Si estuvieran bien dotados de
medios y su salario les motivase un poquito más, tendríamos sin duda la
mejor policía del mundo con diferencia (os
lo dice alguien que ya no trabaja para la Policía)
En los comienzos los
salarios eran de vergüenza, como referencia os diré que en Ediciones Anaya, tenía
un salario de 8.500 pesetas de las del 1973, e ingresé en la Policía Armada cobrando 5.600, así que evidentemente no me fui por
el maravilloso salario, sino por pura
vocación policial.
Con esos sueldos, el
sistema te permitía viajar gratis en los metros, en los trenes de cercanías, en
los autobuses y demás medios de transporte siempre que fueras de uniforme,
teníamos economatos que vendían un poco
por debajo de los precios de mercado y que servían para que los grandes
gestores de los mismos, que eran nuestros propios mandos paramilitares, tuvieran un sobresueldo más
que interesante, aunque todo era “bajo
cuerda”.
En algunas unidades
había habitaciones-residencia para los solteros, que pagaban también una mísera
cuota por la habitación, si bien ellos mismos tenían que limpiarla, poner sus
propias sabanas y todo lo demás; pero lo
más interesante eran los bares –comedores, donde la comida era sana, abundante
y barata y el alcohol ni os cuento. Aun así
también generaba unos importantes beneficios que nunca supe dónde iban a
parar, bueno sí, a los bolsillos de los
de siempre.
Como veréis el Policía
Armado tenía que ingeniárselas para poder dar de comer a sus hijos, pagar la
hipoteca del pisito en Móstoles o
Fuenlabrada y salir adelante, con más
pena que gloria. Eran tiempos épicos para los grises dependientes (y adictos al régimen.
En la mayoría de los
casos los servicios se prestaban de 24 horas seguidas en las comisarías, si bien eran 12 horas de
servicio activo y las otras 12 de descanso en la comisaria haciéndose turnos de
6 horas descanso, seis trabajo, seis descanso 6 trabajo.
En las horas libre unos
estudiaban, otros leían la marca, otros jugaban cartas, otros haciendo deporte y otros mataban el tiempo tomando copas en el omnipresente
bar de la comisaria.
Los dormitorios
eran comunes, con literas tipo
acuartelamiento donde se descansaba media noche y después, como en los pisos patera, el que terminaba
jornada a las 3 de la mañana se hacia la cama con sus propias sabanas traídas
de casa y dormía en cama caliente hasta el relevo, salvo
emergencia porque entonces no habría descanso.
Cada policía, a primerísima
hora de la mañana salía de su casa con el uniforme puesto (para no pagar el bus
o el metro) con su gorrita de plato en la cabeza y su cartera de ejecutivo de
eskay en la que todo el mundo pensaba que
llevábamos documentos, cuando en realidad llevabas el periódico, o un
libro de lectura, pero indefectiblemente se llevaba la fiambrera o el bocadillo
y las sabanas para la media noche que te tocaba dormir, y una pequeña navaja
para pelar la fruta.
A la llegada a la
unidad a eso de las 8,00 se pasaba revista de pelo, barba, uniforme, calzado…y
si todo estaba bien, la mitad de los efectivos se iban a relevar a otra unidad que estaba prestando
servicio bien en la calle bien, en instalaciones policiales, oficiales o penitenciarias; y la otra mitad permanecía en
el acuartelamiento, bien haciendo
instrucción, gimnasia o lo que se le pusiera al
jefe en la entrepierna ese día.
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